colaboración.
Cuadernillo de dibujo vol. 2, ed. Dulce Chacón.

Dibujo para lo invisible

 

Es importante el tiempo que le lleva a un dibujo a formarse.

Mi relación con el dibujo estos últimos años se ha hecho más íntima. Dibujando aprendí a ver, y más adelante, también a escuchar.

Nunca he pensado al dibujo como un medio. Me gusta que se escape de limitarse a un soporte o a un material. Ni boceto, ni técnica, ni forma menor en la historia del arte, al contrario, de una antigüedad muy larga, desde los primeros registros humanos, que desde entonces dejan claro su naturaleza: que el dibujo puede existir en el borde de lo negativo y lo incoloro (¿hay dibujos transparentes? El lenguaje es uno de ellos), que el dibujo no necesita de volumen (¿cuánto pesa un dibujo?) y que incluso, a veces, el dibujo no necesita de “materiales” (¿pensamos en dibujo? El dibujo existe antes del punto, desde una chispa, desde su premonición). Coincido en que comulga con el pensamiento, como proponía Bruce Nauman, y considero que los límites dónde sucede el dibujo se borran según quien dibuja: cuándo lo vemos, a que escala aparece, cuántos dibujos no podemos ver por estar demasiado cerca o demasiado lejos, quién está realmente dibujando cuando algo se mueve.

El dibujo es el acto de un ritmo. Tiempo, energía y movimiento según la definición de ritmo de Lefevre. Es decir, algo se mueve, algo cambia, algo ocurre, algo adquiere forma, hay tiempo. Ese tiempo acumulado en el dibujo me interesa porque hace posible ver una noción de historia particular, quizá micro, y en eso no me es extraño que tenga tanta relación con el lenguaje y el sonido, su condición temporal como su naturaleza abstracta, amorfa, y sin embargo, precisa, clara, hace pensar en una historia del movimiento, en una memoria (¿nuestra?).

El movimiento se hace ver en el dibujo, como un baile. Esa marca o registro, trazo o huella de una acción, aunque pueda solo haber quedado registrada en el aire, dibujada en las partículas que se mueven, permanece, cambia algo tras de sí. Los gestos del dibujo son gestos permanentes, igual que el sonido y su reverberación, afectan desde lo más mínimo, se quedan ahí resonando y haciendo eco aunque ya no los escuchemos. Un dibujo puede expandirse en el espacio igual que un sonido. Un dibujo quizá sea más un espacio de transmisión de energía. “Ni las líneas ni las palabras son ideas, son los medios por los cuales las ideas son transmitidas” escribía Sol Lewitt en 1971 en referencia a su Wall Drawing #15.

Su economía de elementos lo hacen ‘nocturno’ como diría Christian Camacho “Si no necesitamos luz ni espacio, es como la noche. No tiene este consenso con el mundo real, está aliado con un mundo cognitivo muy muy antiguo”. Ese mismo misterio oculto del dibujo, donde la claridad del límite entre una y otra cosa se relativiza, me parece interesante cuando pensamos cómo hemos usado al dibujo para entender el tiempo más que otra forma. Ver el tiempo en términos humanos a través de diagramas y direcciones habla de nuestras propias líneas y límites. La línea, que “no existe” sin nosotrxs en el mundo, se disuelve contra más nos acercamos, pero a la distancia correcta, al tamaño correcto, aparece y nuestra biología la encuentra, que es, finalmente, donde nos encontramos nosotros.

Me gusta la línea porque une, su condición es la de asociar, de hacer cómplices. La línea existe en relación a otros. Una ecología del movimiento. Todo lo que se mueve traza, y líneas incesantes son movimientos incesantes. En el dibujo encuentro una forma de socializar la experiencia, cada mínimo gesto me contiene y puedo compartirlo, la acción y la intuición cobran forma desde los gestos más sencillos y otros pueden verlos, pueden hacer suyo algo que los ayude a ver a través de mi, pueden al mismo tiempo verse a sí mismos y a muchos otros ahí. 

Es importante el tiempo que le lleva a un dibujo a formarse, a veces mi tiempo y a veces el tiempo de los otros está ahí. Para mi es importante nunca quitarle esa condición, y a veces mi trabajo está en encontrar maneras de cómo no quitarle el tiempo a la imagen, esto es, que cuando dibuje, sea dibujar también para lo que no es necesariamente visible.

 

 

Lorena Mal, 2020